PONTIFICIO CONSEJO « JUSTICIA Y PAZ »
COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
A JUAN PABLO II MAESTRO DE DOCTRINA SOCIAL TESTIGO EVANGÉLICO DE
JUSTICIA Y DE PAZ
III. LA PERSONA HUMANA
Y SUS MÚLTIPLES DIMENSIONES
124 Iluminada por el admirable mensaje bíblico, la doctrina social de la Iglesia
se detiene, ante todo, en los aspectos principales e inseparables de la persona
humana para captar las facetas más importantes de su misterio y de su
dignidad. En efecto, no han faltado en el pasado, y aún se asoman
dramáticamente a la escena de la historia actual, múltiples concepciones
reductivas, de carácter ideológico o simplemente debidas a formas difusas de
costumbres y pensamiento, que se refieren al hombre, a su vida y su destino.
Estas concepciones tienen en común el hecho de ofuscar la imagen del
hombre acentuando sólo alguna de sus características, con perjuicio de todas
las demás.233
125 La persona no debe ser considerada únicamente como individualidad
absoluta, edificada por sí misma y sobre sí misma, como si sus características
propias no dependieran más que de sí misma. Tampoco debe ser considerada
como mera célula de un organismo dispuesto a reconocerle, a lo sumo, un
papel funcional dentro de un sistema. Las concepciones que tergiversan la
plena verdad del hombre han sido objeto, en repetidas ocasiones, de la
solicitud social de la Iglesia, que no ha dejado de alzar su voz frente a estas y
otras visiones, drásticamente reductivas. En cambio, se ha preocupado por
anunciar que los hombres « no se nos muestran desligados entre sí, como
granos de arena, sino más bien unidos entre sí en un conjunto orgánicamente
ordenado, con relaciones variadas según la diversidad de los tiempos » 234 y
que el hombre no puede ser comprendido como « un simple elemento y una
molécula del organismo social »,235 cuidando, a la vez, que la afirmación del
primado de la persona, no conllevase una visión individualista o masificada.
126 La fe cristiana, que invita a buscar en todas partes cuanto haya de bueno y
digno del hombre (cf. 1 Ts 5,21), « es muy superior a estas ideologías y queda
situada a veces en posición totalmente contraria a ellas, en la medida en que
reconoce a Dios, trascendente y creador, que interpela, a través de todos los
niveles de lo creado, al hombre como libertad responsable ».236
La doctrina social se hace cargo de las diferentes dimensiones del misterio del
hombre, que exige ser considerado « en la plena verdad de su existencia, de
su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social »,237 con una atención
específica, de modo que le pueda consentir la valoración más exacta.
A) LA UNIDAD DE LA PERSONA
127 El hombre ha sido creado por Dios como unidad de alma y cuerpo: 238 « El
alma espiritual e inmortal es el principio de unidad del ser humano, es aquello
por lo cual éste existe como un todo —“corpore et anima unus”— en cuanto
persona. Estas definiciones no indican solamente que el cuerpo, para el cual ha
sido prometida la resurrección, participará de la gloria; recuerdan igualmente el
vínculo de la razón y de la libre voluntad con todas las facultades corpóreas y
sensibles. La persona —incluido el cuerpo— está confiada enteramente a sí
misma, y es en la unidad de alma y cuerpo donde ella es el sujeto de sus
propios actos morales ».239
128 Mediante su corporeidad, el hombre unifica en sí mismo los elementos del
mundo material, « el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y
alza la voz para la libre alabanza del Creador ».240 Esta dimensión le permite al
hombre su inserción en el mundo material, lugar de su realización y de su
libertad, no como en una prisión o en un exilio. No es lícito despreciar la vida
corporal; el hombre, al contrario, « debe tener por bueno y honrar a su propio
cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día ».241 La
dimensión corporal, sin embargo, a causa de la herida del pecado, hace
experimentar al hombre las rebeliones del cuerpo y las inclinaciones perversas
del corazón, sobre las que debe siempre vigilar para no dejarse esclavizar y
para no permanecer víctima de una visión puramente terrena de su vida.
Por su espiritualidad el hombre supera a la totalidad de las cosas y penetra en
la estructura más profunda de la realidad. Cuando se adentra en su corazón, es
decir, cuando reflexiona sobre su propio destino, el hombre se descubre
superior al mundo material, por su dignidad única de interlocutor de Dios, bajo
cuya mirada decide su vida. Él, en su vida interior, reconoce tener en « sí
mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma » y no se percibe a sí
mismo « como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la
ciudad humana ».242
129 El hombre, por tanto, tiene dos características diversas: es un ser material,
vinculado a este mundo mediante su cuerpo, y un ser espiritual, abierto a la
trascendencia y al descubrimiento de « una verdad más profunda », a causa de
su inteligencia, que lo hace « participante de la luz de la inteligencia divina ».243
La Iglesia afirma: « La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se
debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo, es decir, gracias al alma
espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en
el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su
unión constituye una única naturaleza ».244 Ni el espiritualismo que desprecia la
realidad del cuerpo, ni el materialismo que considera el espíritu una mera
manifestación de la materia, dan razón de la complejidad, de la totalidad y de la
unidad del ser humano.
B) APERTURA A LA TRASCENDENCIA Y UNICIDAD DE LA PERSONA
a) Abierta a la trascendencia
130 A la persona humana pertenece la apertura a la trascendencia: el hombre
está abierto al infinito y a todos los seres creados. Está abierto sobre todo al infinito, es decir a Dios, porque con su inteligencia y su voluntad se eleva por
encima de todo lo creado y de sí mismo, se hace independiente de las
criaturas, es libre frente a todas las cosas creadas y se dirige hacia la verdad y
el bien absolutos. Está abierto también hacia el otro, a los demás hombres y al
mundo, porque sólo en cuanto se comprende en referencia a un tú puede decir
yo. Sale de sí, de la conservación egoísta de la propia vida, para entrar en una
relación de diálogo y de comunión con el otro.
La persona está abierta a la totalidad del ser, al horizonte ilimitado del ser.
Tiene en sí la capacidad de trascender los objetos particulares que conoce,
gracias a su apertura al ser sin fronteras. El alma humana es en un cierto
sentido, por su dimensión cognoscitiva, todas las cosas: « todas las cosas
inmateriales gozan de una cierta infinidad, en cuanto abrazan todo, o porque se
trata de la esencia de una realidad espiritual que funge de modelo y semejanza
de todo, como es en el caso de Dios, o bien porque posee la semejanza de
toda cosa o en acto como en los Ángeles o en potencia como en las almas ».245
b) Única e irrepetible
131 El hombre existe como ser único e irrepetible, existe como un « yo »,
capaz de autocomprenderse, autoposeerse y autodeterminarse. La persona
humana es un ser inteligente y consciente, capaz de reflexionar sobre sí mismo
y, por tanto, de tener conciencia de sí y de sus propios actos. Sin embargo, no
son la inteligencia, la conciencia y la libertad las que definen a la persona, sino
que es la persona quien está en la base de los actos de inteligencia, de
conciencia y de libertad. Estos actos pueden faltar, sin que por ello el hombre
deje de ser persona.
La persona humana debe ser comprendida siempre en su irrepetible e
insuprimible singularidad. En efecto, el hombre existe ante todo como
subjetividad, como centro de conciencia y de libertad, cuya historia única y
distinta de las demás expresa su irreductibilidad ante cualquier intento de
circunscribirlo a esquemas de pensamiento o sistemas de poder, ideológicos o
no. Esto impone, ante todo, no sólo la exigencia del simple respeto por parte de
todos, y especialmente de las instituciones políticas y sociales y de sus
responsables, en relación a cada hombre de este mundo, sino que además, y
en mayor medida, comporta que el primer compromiso de cada uno hacia el
otro, y sobre todo de estas mismas instituciones, se debe situar en la
promoción del desarrollo integral de la persona.
c) El respeto de la dignidad humana
132 Una sociedad justa puede ser realizada solamente en el respeto de la
dignidad trascendente de la persona humana. Ésta representa el fin último de
la sociedad, que está a ella ordenada: « El orden social, pues, y su progresivo
desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que
el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario ».246 El
respeto de la dignidad humana no puede absolutamente prescindir de la
obediencia al principio de « considerar al prójimo como otro yo, cuidando en
primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente ».247
Es preciso que todos los programas sociales, científicos y culturales, estén
presididos por la conciencia del primado de cada ser humano.248
133 En ningún caso la persona humana puede ser instrumentalizada para fines
ajenos a su mismo desarrollo, que puede realizar plena y definitivamente sólo
en Dios y en su proyecto salvífico: el hombre, en efecto, en su interioridad,
trasciende el universo y es la única criatura que Dios ha amado por sí
misma.249 Por esta razón, ni su vida, ni el desarrollo de su pensamiento, ni sus
bienes, ni cuantos comparten sus vicisitudes personales y familiares pueden
ser sometidos a injustas restricciones en el ejercicio de sus derechos y de su
libertad.
La persona no puede estar finalizada a proyectos de carácter económico, social
o político, impuestos por autoridad alguna, ni siquiera en nombre del presunto
progreso de la comunidad civil en su conjunto o de otras personas, en el
presente o en el futuro. Es necesario, por tanto, que las autoridades públicas
vigilen con atención para que una restricción de la libertad o cualquier otra
carga impuesta a la actuación de las personas no lesione jamás la dignidad
personal y garantice el efectivo ejercicio de los derechos humanos. Todo esto,
una vez más, se funda sobre la visión del hombre como persona, es decir,
como sujeto activo y responsable del propio proceso de crecimiento, junto con
la comunidad de la que forma parte.
134 Los auténticos cambios sociales son efectivos y duraderos solo si están
fundados sobre un cambio decidido de la conducta personal. No será posible
jamás una auténtica moralización de la vida social si no es a partir de las
personas y en referencia a ellas: en efecto, « el ejercicio de la vida moral
proclama la dignidad de la persona humana ».250 A las personas compete,
evidentemente, el desarrollo de las actitudes morales, fundamentales en toda
convivencia verdaderamente humana (justicia, honradez, veracidad, etc.), que
de ninguna manera se puede esperar de otros o delegar en las instituciones. A
todos, particularmente a quienes de diversas maneras están investidos de
responsabilidad política, jurídica o profesional frente a los demás, corresponde
ser conciencia vigilante de la sociedad y primeros testigos de una convivencia
civil y digna del hombre.
C) LA LIBERTAD DE LA PERSONA
a) Valor y límites de la libertad
135 El hombre puede dirigirse hacia el bien sólo en la libertad, que Dios le ha
dado como signo eminente de su imagen: 251 « Dios ha querido dejar al hombre
en manos de su propia decisión (cf. Si 15,14), para que así busque
espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la
plena y bienaventurada perfección. La dignidad humana requiere, por tanto,
que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e
inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego
impulso interior o de la mera coacción externa ».252
El hombre justamente aprecia la libertad y la busca con pasión: justamente
quiere —y debe—, formar y guiar por su libre iniciativa su vida personal y
social, asumiendo personalmente su responsabilidad.253 La libertad, en efecto,
no sólo permite al hombre cambiar convenientemente el estado de las cosas
exterior a él, sino que determina su crecimiento como persona, mediante
opciones conformes al bien verdadero: 254 de este modo, el hombre se genera
a sí mismo, es padre de su propio ser 255 y construye el orden social.256
136 La libertad no se opone a la dependencia creatural del hombre respecto a
Dios.257 La Revelación enseña que el poder de determinar el bien y el mal no
pertenece al hombre, sino sólo a Dios (cf. Gn 2,16-17). « El hombre es
ciertamente libre, desde el momento en que puede comprender y acoger los
mandamientos de Dios. Y posee una libertad muy amplia, porque puede comer
“de cualquier árbol del jardín”. Pero esta libertad no es ilimitada: el hombre
debe detenerse ante el “árbol de la ciencia del bien y del mal”, por estar
llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. En realidad, la libertad del
hombre encuentra su verdadera y plena realización en esta aceptación ».258
137 El recto ejercicio de la libertad personal exige unas determinadas
condiciones de orden económico, social, jurídico, político y cultural que son, «
con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de
ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como
a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Al apartarse de la ley
moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo,
rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina
».259 La liberación de las injusticias promueve la libertad y la dignidad humana:
no obstante, « ante todo, hay que apelar a las capacidades espirituales y
morales de la persona y a la exigencia permanente de la conversión interior si
se quieren obtener cambios económicos y sociales que estén verdaderamente
al servicio del hombre ».260
b) El vínculo de la libertad con la verdad y la ley natural
138 En el ejercicio de la libertad, el hombre realiza actos moralmente buenos,
que edifican su persona y la sociedad, cuando obedece a la verdad, es decir,
cuando no pretende ser creador y dueño absoluto de ésta y de las normas
éticas.261 La libertad, en efecto, « no tiene su origen absoluto e incondicionado
en sí misma, sino en la existencia en la que se encuentra y para la cual
representa, al mismo tiempo, un límite y una posibilidad. Es la libertad de una
criatura, o sea, una libertad donada, que se ha de acoger como un germen y
hacer madurar con responsabilidad ».262 En caso contrario, muere como
libertad y destruye al hombre y a la sociedad.263
139 La verdad sobre el bien y el mal se reconoce en modo práctico y concreto
en el juicio de la conciencia, que lleva a asumir la responsabilidad del bien
cumplido o del mal cometido. « Así, en el juicio práctico de la conciencia, que
impone a la persona la obligación de realizar un determinado acto, se
manifiesta el vínculo de la libertad con la verdad. Precisamente por esto la
conciencia se expresa con actos de “juicio”, que reflejan la verdad sobre el
bien, y no como “decisiones” arbitrarias. La madurez y responsabilidad de estos juicios —y, en definitiva, del hombre, que es su sujeto— se demuestran no con
la liberación de la conciencia de la verdad objetiva, en favor de una presunta
autonomía de las propias decisiones, sino, al contrario, con una apremiante
búsqueda de la verdad y con dejarse guiar por ella en el obrar ».264
140 El ejercicio de la libertad implica la referencia a una ley moral natural, de
carácter universal, que precede y aúna todos los derechos y deberes.265 La ley
natural « no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por
Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar.
Esta luz o esta ley Dios la ha donado a la creación » 266 y consiste en la
participación en su ley eterna, la cual se identifica con Dios mismo.267 Esta ley
se llama natural porque la razón que la promulga es propia de la naturaleza
humana. Es universal, se extiende a todos los hombres en cuanto establecida
por la razón. En sus preceptos principales, la ley divina y natural está expuesta
en el Decálogo e indica las normas primeras y esenciales que regulan la vida
moral.268 Se sustenta en la tendencia y la sumisión a Dios, fuente y juez de
todo bien, y en el sentido de igualdad de los seres humanos entre sí. La ley
natural expresa la dignidad de la persona y pone la base de sus derechos y de
sus deberes fundamentales.269
141 En la diversidad de las culturas, la ley natural une a los hombres entre sí,
imponiendo principios comunes. Aunque su aplicación requiera adaptaciones a
la multiplicidad de las condiciones de vida, según los lugares, las épocas y las
circunstancias,270 la ley natural es inmutable, « subsiste bajo el flujo de ideas y
costumbres y sostiene su progreso... Incluso cuando se llega a renegar de sus
principios, no se la puede destruir ni arrancar del corazón del hombre. Resurge
siempre en la vida de individuos y sociedades ».271
Sus preceptos, sin embargo, no son percibidos por todos con claridad e
inmediatez. Las verdades religiosas y morales pueden ser conocidas « de
todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de error »,272 sólo con
la ayuda de la Gracia y de la Revelación. La ley natural ofrece un fundamento
preparado por Dios a la ley revelada y a la Gracia, en plena armonía con la
obra del Espíritu.273
142 La ley natural, que es ley de Dios, no puede ser cancelada por la maldad
humana.274 Esta Ley es el fundamento moral indispensable para edificar la
comunidad de los hombres y para elaborar la ley civil, que infiere las
consecuencias de carácter concreto y contingente a partir de los principios de
la ley natural.275 Si se oscurece la percepción de la universalidad de la ley
moral natural, no se puede edificar una comunión real y duradera con el otro,
porque cuando falta la convergencia hacia la verdad y el bien, « cuando
nuestros actos desconocen o ignoran la ley, de manera imputable o no,
perjudican la comunión de las personas, causando daño ».276 En efecto, sólo
una libertad que radica en la naturaleza común puede hacer a todos los
hombres responsables y es capaz de justificar la moral pública. Quien se
autoproclama medida única de las cosas y de la verdad no puede convivir
pacíficamente ni colaborar con sus semejantes.277
143 La libertad está misteriosamente inclinada a traicionar la apertura a la
verdad y al bien humano y con demasiada frecuencia prefiere el mal y la
cerrazón egoísta, elevándose a divinidad creadora del bien y del mal: « Creado
por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en
el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios
y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios (...). Al negarse con
frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida
subordinación a su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que
toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de
la creación ».278 La libertad del hombre, por tanto, necesita ser liberada. Cristo,
con la fuerza de su misterio pascual, libera al hombre del amor desordenado de
sí mismo,279 que es fuente del desprecio al prójimo y de las relaciones
caracterizadas por el dominio sobre el otro; Él revela que la libertad se realiza
en el don de sí mismo.280 Con su sacrificio en la cruz, Jesús reintegra el
hombre a la comunión con Dios y con sus semejantes.
D) LA IGUAL DIGNIDAD DE TODAS LAS PERSONAS
144 « Dios no hace acepción de personas » (Hch 10,34; cf. Rm 2,11; Ga 2,6; Ef
6,9), porque todos los hombres tienen la misma dignidad de criaturas a su
imagen y semejanza.281 La Encarnación del Hijo de Dios manifiesta la igualdad
de todas las personas en cuanto a dignidad: « Ya no hay judío ni griego; ni
esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús » (Ga 3,28; cf. Rm 10,12; 1 Co 12,13; Col 3,11).
Puesto que en el rostro de cada hombre resplandece algo de la gloria de Dios,
la dignidad de todo hombre ante Dios es el fundamento de la dignidad del
hombre ante los demás hombres.282 Esto es, además, el fundamento último de
la radical igualdad y fraternidad entre los hombres, independientemente de su
raza, Nación, sexo, origen, cultura y clase.
145 Sólo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento
común y personal de todos (cf. St 2,19). Para favorecer un crecimiento
semejante es necesario, en particular, apoyar a los últimos, asegurar
efectivamente condiciones de igualdad de oportunidades entre el hombre y la
mujer, garantizar una igualdad objetiva entre las diversas clases sociales ante
la ley.283
También en las relaciones entre pueblos y Estados, las condiciones de equidad
y paridad son el presupuesto para un progreso auténtico de la comunidad
internacional.284 No obstante los avances en esta dirección, es necesario no
olvidar que aún existen demasiadas desigualdades y formas de
dependencia.285
A la igualdad en el reconocimiento de la dignidad de cada hombre y de cada
pueblo, debe corresponder la conciencia de que la dignidad humana sólo podrá
ser custodiada y promovida de forma comunitaria, por parte de toda la
humanidad. Sólo con la acción concorde de los hombres y de los pueblos
sinceramente interesados en el bien de todos los demás, se puede alcanzar una auténtica fraternidad universal; 286 por el contrario, la permanencia de
condiciones de gravísima disparidad y desigualdad empobrece a todos.
146 « Masculino » y « femenino » diferencian a dos individuos de igual
dignidad, que, sin embargo, no poseen una igualdad estática, porque lo
específico femenino es diverso de lo específico masculino. Esta diversidad en
la igualdad es enriquecedora e indispensable para una armoniosa convivencia
humana: « La condición para asegurar la justa presencia de la mujer en la
Iglesia y en la sociedad es una más penetrante y cuidadosa consideración de
los fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina,
destinada a precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de
diversidad y de recíproca complementariedad con el hombre, no sólo por lo que
se refiere a los papeles a asumir y las funciones a desempeñar, sino también y
más profundamente, por lo que se refiere a su significado personal ».287
147 La mujer es el complemento del hombre, como el hombre lo es de la mujer:
mujer y hombre se completan mutuamente, no sólo desde el punto de vista
físico y psíquico, sino también ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo «
masculino » y lo « femenino » se realiza plenamente lo « humano ». Es la «
unidad de los dos »,288 es decir, una « unidualidad » relacional, que permite a
cada uno experimentar la relación interpersonal y recíproca como un don que
es, al mismo tiempo, una misión: « A esta “unidad de los dos” Dios les confía
no sólo la opera de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción
misma de la historia ».289 « La mujer es “ayuda” para el hombre, como el
hombre es “ayuda” para la mujer »: 290 en su encuentro se realiza una
concepción unitaria de la persona humana, basada no en la lógica del
egocentrismo y de la autoafirmación, sino en la del amor y la solidaridad.
148 Las personas minusválidas son sujetos plenamente humanos, titulares de
derechos y deberes: « A pesar de las limitaciones y los sufrimientos grabados
en sus cuerpos y en sus facultades, ponen más de relieve la dignidad y
grandeza del hombre ».291 Puesto que la persona minusválida es un sujeto con
todos sus derechos, ha de ser ayudada a participar en la vida familiar y social
en todas las dimensiones y en todos los niveles accesibles a sus posibilidades.
Es necesario promover con medidas eficaces y apropiadas los derechos de la
persona minusválida. « Sería radicalmente indigno del hombre y negación de la
común humanidad admitir en la vida de la sociedad, y, por consiguiente, en el
trabajo, únicamente a los miembros plenamente funcionales, porque obrando
así se caería en una grave forma de discriminación: la de los fuertes y sanos
contra los débiles y enfermos ».292 Se debe prestar gran atención no sólo a las
condiciones de trabajo físicas y psicológicas, a la justa remuneración, a la
posibilidad de promoción y a la eliminación de los diversos obstáculos, sino
también a las dimensiones afectivas y sexuales de la persona minusválida: «
También ella necesita amar y ser amada; necesita ternura, cercanía, intimidad
»,293 según sus propias posibilidades y en el respeto del orden moral que es el
mismo, tanto para los sanos, como para aquellos que tienen alguna
discapacidad.
E) LA SOCIABILIDAD HUMANA
149 La persona es constitutivamente un ser social,294 porque así la ha querido
Dios que la ha creado.295 La naturaleza del hombre se manifiesta, en efecto,
como naturaleza de un ser que responde a sus propias necesidades sobre la
base de una subjetividad relacional, es decir, como un ser libre y responsable,
que reconoce la necesidad de integrarse y de colaborar con sus semejantes y
que es capaz de comunión con ellos en el orden del conocimiento y del amor: «
Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un
principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y
espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el
porvenir ».296
Es necesario, por tanto, destacar que la vida comunitaria es una característica
natural que distingue al hombre del resto de las criaturas terrenas. La actuación
social comporta de suyo un signo particular del hombre y de la humanidad, el
de una persona que obra en una comunidad de personas: este signo determina
su calificación interior y constituye, en cierto sentido, su misma naturaleza.297
Esta característica relacional adquiere, a la luz de la fe, un sentido más
profundo y estable. Creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), y
constituida en el universo visible para vivir en sociedad (cf. Gn 2,20.23) y
dominar la tierra (cf. Gn 1,26.28-30), la persona humana está llamada desde el
comienzo a la vida social: « Dios no ha creado al hombre como un “ser
solitario”, sino que lo ha querido como “ser social”. La vida social no es, por
tanto, exterior al hombre, el cual no puede crecer y realizar su vocación si no es
en relación con los otros ».298
150 La sociabilidad humana no comporta automáticamente la comunión de las
personas, el don de sí. A causa de la soberbia y del egoísmo, el hombre
descubre en sí mismo gérmenes de insociabilidad, de cerrazón individualista y
de vejación del otro.299 Toda sociedad digna de este nombre, puede
considerarse en la verdad cuando cada uno de sus miembros, gracias a la
propia capacidad de conocer el bien, lo busca para sí y para los demás. Es por
amor al bien propio y al de los demás que el hombre se une en grupos
estables, que tienen como fin la consecución de un bien común. También las
diversas sociedades deben entrar en relaciones de solidaridad, de
comunicación y de colaboración, al servicio del hombre y del bien común.300
151 La sociabilidad humana no es uniforme, sino que reviste múltiples
expresiones. El bien común depende, en efecto, de un sano pluralismo social.
Las diversas sociedades están llamadas a constituir un tejido unitario y
armónico, en cuyo seno sea posible a cada una conservar y desarrollar su
propia fisonomía y autonomía. Algunas sociedades, como la familia, la
comunidad civil y la comunidad religiosa, corresponden más inmediatamente a
la íntima naturaleza del hombre, otras proceden más bien de la libre voluntad: «
Con el fin de favorecer la participación del mayor número de personas en la
vida social, es preciso impulsar, alentar la creación de asociaciones e
instituciones de libre iniciativa “para fines económicos, sociales, culturales,
recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de cada una de
las Naciones como en el plano mundial”. Esta “socialización” expresa
igualmente la tendencia natural que impulsa a los seres humanos a asociarse
con el fin de alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales.
Desarrolla las cualidades de la persona, en particular, su sentido de iniciativa y
de responsabilidad. Ayuda a garantizar sus derechos ».301