PONTIFICIO CONSEJO « JUSTICIA Y PAZ »
COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
A JUAN PABLO II MAESTRO DE DOCTRINA SOCIAL TESTIGO EVANGÉLICO DE JUSTICIA Y DE PAZ
VI. EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD
a) Significado y valor
192 La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la
persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino
común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más
convencida. Nunca como hoy ha existido una conciencia tan difundida del
vínculo de interdependencia entre los hombres y entre los pueblos, que se
manifiesta a todos los niveles.413 La vertiginosa multiplicación de las vías y de
los medios de comunicación « en tiempo real », como las telecomunicaciones,
los extraordinarios progresos de la informática, el aumento de los intercambios
comerciales y de las informaciones son testimonio de que por primera vez
desde el inicio de la historia de la humanidad ahora es posible, al menos
técnicamente, establecer relaciones aun entre personas lejanas o
desconocidas.
Junto al fenómeno de la interdependencia y de su constante dilatación,
persisten, por otra parte, en todo el mundo, fortísimas desigualdades entre
países desarrollados y países en vías de desarrollo, alimentadas también por
diversas formas de explotación, de opresión y de corrupción, que influyen
negativamente en la vida interna e internacional de muchos Estados. El
proceso de aceleración de la interdependencia entre las personas y los pueblos
debe estar acompañado por un crecimiento en el plano ético- social igualmente
intenso, para así evitar las nefastas consecuencias de una situación de
injusticia de dimensiones planetarias, con repercusiones negativas incluso en
los mismos países actualmente más favorecidos.414
b) La solidaridad como principio social y como virtud moral
193 Las nuevas relaciones de interdependencia entre hombres y pueblos, que
son, de hecho, formas de solidaridad, deben transformarse en relaciones que
tiendan hacia una verdadera y propia solidaridad ético-social, que es la
exigencia moral ínsita en todas las relaciones humanas. La solidaridad se
presenta, por tanto, bajo dos aspectos complementarios: como principio social
415 y como virtud moral.416
La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor de principio social
ordenador de las instituciones, según el cual las « estructuras de pecado »,417
que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos, deben ser superadas y transformadas en estructuras de solidaridad, mediante la creacióno la oportuna modificación de leyes, reglas de mercado, ordenamientos.
La solidaridad es también una verdadera y propia virtud moral, no « un
sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al
contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien
común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos
verdaderamente responsables de todos ».418 La solidaridad se eleva al rango
de virtud social fundamental, ya que se coloca en la dimensión de la justicia,
virtud orientada por excelencia al bien común, y en « la entrega por el bien del
prójimo, que está dispuesto a "perderse", en sentido evangélico, por el otro en
lugar de explotarlo, y a "servirlo" en lugar de oprimirlo para el propio provecho
(cf. Mt 10,40-42; 20, 25; Mc 10,42-45; Lc 22,25-27) ».419
c) Solidaridad y crecimiento común de los hombres
194 El mensaje de la doctrina social acerca de la solidaridad pone en evidencia
el hecho de que existen vínculos estrechos entre solidaridad y bien común,
solidaridad y destino universal de los bienes, solidaridad e igualdad entre los
hombres y los pueblos, solidaridad y paz en el mundo.420 El término «
solidaridad », ampliamente empleado por el Magisterio,421 expresa en síntesis
la exigencia de reconocer en el conjunto de los vínculos que unen a los
hombres y a los grupos sociales entre sí, el espacio ofrecido a la libertad
humana para ocuparse del crecimiento común, compartido por todos. El
compromiso en esta dirección se traduce en la aportación positiva que nunca
debe faltar a la causa común, en la búsqueda de los puntos de posible
entendimiento incluso allí donde prevalece una lógica de separación y
fragmentación, en la disposición para gastarse por el bien del otro, superando
cualquier forma de individualismo y particularismo.422
195 El principio de solidaridad implica que los hombres de nuestro tiempo
cultiven aún más la conciencia de la deuda que tienen con la sociedad en la
cual están insertos: son deudores de aquellas condiciones que facilitan la
existencia humana, así como del patrimonio, indivisible e indispensable,
constituido por la cultura, el conocimiento científico y tecnológico, los bienes
materiales e inmateriales, y todo aquello que la actividad humana ha producido.
Semejante deuda se salda con las diversas manifestaciones de la actuación
social, de manera que el camino de los hombres no se interrumpa, sino que
permanezca abierto para las generaciones presentes y futuras, llamadas unas
y otras a compartir, en la solidaridad, el mismo don.
d) La solidaridad en la vida y en el mensaje de Jesucristo
196 La cumbre insuperable de la perspectiva indicada es la vida de Jesús de
Nazaret, el Hombre nuevo, solidario con la humanidad hasta la « muerte de
cruz » (Flp 2,8): en Él es posible reconocer el signo viviente del amor
inconmensurable y trascendente del Dios con nosotros, que se hace cargo de
las enfermedades de su pueblo, camina con él, lo salva y lo constituye en la
unidad.423 En Él, y gracias a Él, también la vida social puede ser nuevamente
descubierta, aun con todas sus contradicciones y ambigüedades, como lugar de vida y de esperanza, en cuanto signo de una Gracia que continuamente se
ofrece a todos y que invita a las formas más elevadas y comprometedoras de
comunicación de bienes.
J
esús de Nazaret hace resplandecer ante los ojos de todos los hombres el
nexo entre solidaridad y caridad, iluminando todo su significado: 424 « A la luz
de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las
dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y
reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus
derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la
imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo
la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque
sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe
estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: “dar la vida por los hermanos” (cf.
Jn 15,13) ».425